Hace más de diez años –no se sabe si más– al menos unas nueve menores de edad cayeron en los engaños de un profesor de un colegio público de Bogotá. Ellas hacían parte de un grupo de danzas y él, con la complicidad de su esposa, les robó su infancia, su inocencia y su tranquilidad.
Hoy, luego de una exhaustiva investigación, la Fiscalía General de la Nación expidió orden de captura, pero el acusado, Helman Berrío Ramírez, está desaparecido.
Para cometer toda clase de actos abusivos, Berrío y su pareja tenían como fachada una fundación de danzas en el sur de Bogotá cuyas actividades iban desde los ensayos hasta presentaciones en público. El escenario, que es la casa del agresor, está pintado en los recuerdos de sus víctimas.
En el primer piso había una sala grande que se extendía hasta un garaje; en las paredes, un cuadro con imágenes de mujeres, siluetas que fueron pintadas con la sangre de sus víctimas y que cambiaban todo el tiempo. Es una historia de terror. En el segundo piso, luces rojas, imágenes de yoga, un espejo, esencias. Las mujeres indefensas recuerdan un tapete rojo cuyas fibras laceraban sus pies. Todo está documentado por el abogado de las víctimas, Alexánder Rogelis.
Este hombre les decía a las jóvenes que todos los cuerpos humanos tenían unos tantras y que para activarlos debían realizar ciertos actos; de hecho, se ufanaba de haber escrito un libro sobre el tema. Las niñas, en medio de su inocencia, le obedecían. Muchas cargaron con ese peso por años hasta que ya adultas tuvieron la fortaleza de denunciar.
¿Por qué tantos años después? La respuesta es solo una: miedo. Estas niñas fueron sometidas a vejámenes inimaginables y hoy solo piden justicia. “Él nos hacía muchas cosas malas, nos grababa y después guardaba ese material en discos duros. También nos mostraba videos de mujeres y de maltrato a animales, asquerosos, y nos hacía llevar hielos, flores y otras cosas. Decía que tenían que tener contacto con todos los seres vivientes”. Estas jóvenes fueron abusadas entre el 2003 y el 2006.
Éramos cuatro niñas a quienes ese profesor hacía entrar a esa habitación, nos hacía hacer cosas y él y su esposa nos grababan. Luego, él logró su cometido, me violó.
Todas las escenas están vivas y duelen, a veces se tornan difusas; normal, querían hundir esa rabia en lo más profundo de sus recuerdos, pero sabían que eso no estaba bien. “Recuerdo mucho dolor de estómago, que había días en que me sentía muy mal, y que ese señor me decía que era normal, que tenía que expulsar todo lo que tenía adentro. Ahora sé que todo eso fue producto de sus actos en mi cuerpo”.
Los abusos no fueron solo sexuales. Algunas de sus alumnas contaron que las hacía bailar en comparsas del Distrito en condiciones inhumanas. “A veces teníamos ampollados los pies y a él no le importaba. Nos pagaba de a 20.000 pesos”. Las víctimas señalan que en una ocasión las hizo viajar a la Costa y las obligó a todas a quedarse en un cuarto. “Él y la esposa nos tocaban sin recato y nos hacían ver cómo ellos tenían relaciones sexuales con otras compañeras. En otras ocasiones me llevaron al salón de danzas de otro colegio; allá, la esposa del profesor y otro desconocido abusaron de mí”.
Muchas de estas niñas se enfermaban y cuando eso pasaba las apartaban de las otras alumnas como si ellas fueran las culpables. “Todo esto ocurrió durante tres años. Él se aprovechó de su poder como profesor. Sé que lo mismo les pasó a muchas más mujeres”. Incluso las víctimas señalan que el docente las utilizaba para captar a otras niñas con el propósito de grabarlas y luego mostrarles el material pornográfico, que guardaba en un disco duro negro y en diferentes USB. La manipulación era tal que algunas de ellas se enamoraban de él. Lo lograba celebrándoles sus cumpleaños, nombrándolas como líderes de grupos de baile o invitándolas a comer.
Él y la esposa nos tocaban sin recato y nos hacían ver cómo ellos tenían relaciones sexuales con otras compañeras.
A otra joven vulnerada, cuando participaba en talleres grupales, le decía que era una persona muy talentosa y que se podía destacar en danzas. “Me empezó a citar a clases individuales en un cuarto oscuro que él tenía en el segundo piso. Empezamos a danzar y poco a poco me pedía que me pusiera una falda de tela sin ropa interior argumentando que eso reflejaba seguridad en mí”.
Otro día la citó con otra estudiante y le pidió que se desnudara en frente de ella y que le diera besos. “Recuerdo que eso fue muy chocante. Pero lo asimilé como algo normal y lo seguí haciendo, pero las cosas seguían escalando, me pedía más y más cosas, como ingresar al grupo de los cuatro elementos: agua, fuego, tierra y aire. Éramos cuatro niñas a quienes hacía entrar a esa habitación, nos hacía hacer cosas y él y su esposa nos grababan. Luego, él logró su cometido, me violó”. Esta joven ha tenido ayuda psicológica, pero su trauma fue tan profundo que solo hasta este momento se atrevió a denunciar.
Fuente: El Tiempo