El mundo me pregunta
como ayudándome
a espantar mi dolor,
que cuándo voy a desocupar
tu armario,
pero yo no quiero
porque en medio de tu ropero
sobreviven tus abrazos.

 

Jairo Dueñas llegó ese 7 de septiembre al mismo lugar que lleva ocupando años en el estadio El Campín, la silla 135 de la fila Y de occidental platea. La 136 la ocupaba su esposa, Inés Elvira Escallón. Hacía más de cinco meses que Inés había muerto, pero Jairo quería dejar constancia de que ya no estaba con su cuerpo apoyando a Santa Fe, pero su alma nunca dejará de estar ahí.

Apenas volvió a “su” lugar, el que no ocupaba desde que comenzó la pandemia de covid-19, Dueñas comenzó a luchar contra su duelo, a recordar los momentos lindos que había vivido allí con su esposa y a demostrarle que nunca se irá de su corazón. “Uno se despide de ella y luego se despide de los recuerdos que tuvo con ella, es un duelo más”, dijo.

Inés murió el pasado 26 de marzo. Llevaba cinco años luchando contra una enfermedad llamada parálisis supranuclear progresiva, que poco a poco le fue quitando movilidad, pero nunca espíritu.

Inés y Jairo se conocieron en la universidad. Ella era profesora de filosofía, y él, el alumno que se enamoró de su maestra. “Nuestra atracción al comienzo fue de filosofía: Schopenhauer, Kant, Platón, Sócrates… Luego, la literatura, todo esto en la universidad: yo era buen estudiante, y ella, una profesora carismática, genial a morir”, recordó Dueñas.

Al terminar la relación profesor-estudiante, y mientras Jairo comenzaba a ejercer su carrera como periodista, que lo llevó a cargos como director de la revista Cromos, primer director del portal Terra en Colombia y presentador del programa Pasión extrema, en Citytv, la pareja comenzó a buscar espacios para encontrarse.

“Íbamos a galerías, exposiciones; luego, a cine clubes. Más de una vez la aburrí con el cine expresionista alemán… Del cine pasamos al baile, y un día coincidimos en el tema del fútbol, coincidió que ambos éramos hinchas de Santa Fe: la había aficionado”, dijo.
Estuvieron casados durante 34 años. La primera vez juntos en el estadio El Campín fue en un clásico contra Millonarios: “El ambiente del estadio era muy diferente, se tiraban confetis, un ambiente muy fraterno. Compramos las boletas y quedamos en medio de una barra azul. Ella tenía una voz gruesa, una jovialidad enorme. Obviamente, empezó a gritar por Santa Fe. Ese día perdimos 3-2. Salimos del estadio y los hinchas que estaban alrededor comenzaron a gritarle ‘cambie de novio, cambie de novio’ ”, rememoró.

No solo no aceptó el consejo, sino que el amor por Jairo y por Santa Fe fue creciendo, aunque las paradojas del destino y del fútbol hicieron que su hijo, Daniel Dueñas Escallón, abogado de profesión y hoy metido en el mundo de la representación de futbolistas, saliera hincha de Millonarios.

“Ir a fútbol con Inés era un ejercicio muy bello. Cogimos más afición, hasta volvernos abonados. Le encantaba cantar sus goles, gritar por Santa Fe. Inés era un trueno alegre: era entusiasta, superoptimista. Hay días en que uno va a ver fútbol, y otros, a hacer curso de humildad, pero siempre salíamos felices”, recordó Jairo. “Ella se moría de la risa cuando veía gente que se ponía a insultar al árbitro, o al técnico para que cambiara un jugador, los miraba como si fuera un cómic, no se lo explicaba”, agregó.

La enfermedad hacía cada vez más difícil la movilidad de Inés. “Antes de la pandemia alcanzamos a llevarla a todos los partidos, tenía problemas de equilibrio y de visión. Subir las escaleras del estadio –son 23 escaleras– sin manijas, esa era la primera prueba: la subía abrazada; donde yo pierda el equilibrio, nos vamos abajo”, señaló.
El matrimonio también tenía un afecto especial por Madrid, y ya con Inés afectada por la enfermedad fueron a ver, en 2019, la final de la Liga de Campeones entre Tottenham y Liverpool, en el Santiago Bernabéu.

“En sus últimos meses de vida, Inés vio todo el fútbol que pudo. Se sentaba a ver la Liga italiana, la española; veía fútbol argentino, se repetía los partidos de Santa Fe. Era una mujer que se gozaba las cosas de una manera profunda, pero silenciosa”, expresó Dueñas.

Los rituales

Cuando Inés murió, los estadios de Colombia estaban cerrados. Jairo mantenía su duelo y no se veía de nuevo en el estadio sin ella. Regresó a El Campín casi obligado, el día de la final de la Liga femenina entre las leonas y Deportivo Cali.

“Yo no quería volver a fútbol. Mi hermano me convenció. No nos habían dado las boletas del abono, así que tuve que discutir con un policía. Me subí a mi silla y llegué a ella. Había pensado en que tenía que llevar algo, me parecía horrible llegar allá y sentarme como si no hubiera pasado nada”, pensó Dueñas.

Jairo conservaba una fotografía de una de las últimas veces que Inés fue a El Campín, en la que estaba vestida con una capa roja. “Parecía una caperucita. Tenía que conseguir alguien que me la hiciera de un tamaño grande, como un adhesivo. Simplemente quería llevarla, no sabía cuál era el ritual”, dijo.

Parecía que Dueñas hubiera tomado la medida de la silla que siempre ocupó Inés, pues la foto encajó perfecto. “Cuando puse la foto allí sentí alivio, ya me podía sentar: hay rituales de triunfo, hay rituales de alegría, de dolor”.

Jairo pensó en dejar la imagen ahí, adherida a la silla, pero luego se imaginó que la gente que le hace aseo al estadio la levantaría como a un papel cualquiera, así que decidió levantarla y pegarla en su chaqueta, a sus espaldas. “Esa imagen la voy a tener siempre impresa en la chaqueta y en la camiseta que lleve. La aceptación que tuvo eso fue de locos: todo el mundo tiene su fantasma, el que quisiera tener a su lado en el estadio. No había que explicar mucho, había un aire sentimental bonito, más allá de cómo perdimos ese día (Santa Fe cayó 1-4)”, señaló.

Ola de recuerdos

El ritual del estadio no fue el único homenaje que Jairo le hizo a Inés. Ya venían preparando la despedida desde hacía mucho tiempo. “Tuvimos tiempo de despedirnos, fue un enfermedad de cinco años. Hablamos mucho, la muerte nunca ha sido un tema tabú, era un tema que estaba ahí. Ella también fue muy sensata, hablábamos de todo mientras la enfermedad la iba arruinando”, dijo Dueñas.

En medio de su trabajo, Jairo sacaba tiempo para escribir poesía. Inés lo animó a que sacara un libro. Y le cumplió.

“Inés me dijo que quería ver mi libro publicado. Alberto Aguirre (abogado, columnista y editor antioqueño, fallecido en 2012) leía cosas mías y me animaba. También hablé con Héctor Abad. Cuando vino la pandemia, todo el mundo se centró en el covid. Finalmente logramos sacar el libro: se llama Que nadie lo sepa. La portada fue intervenida por un artista, Andrés Vergara: en ella se ve a Inés desdibujándose”, dijo.

El primer ejemplar, por supuesto, fue para Inés, que en sus últimos meses lo leía con la ayuda de la enfermera que la cuidaba. El libro no salió a la venta, sino que se distribuyó entre los más cercanos al matrimonio. A Jairo se le ocurrió la idea de que el libro pasara de mano en mano, para que sus amigas escogieran un poema, lo firmaran y besaran la página. Tiene su propia cuenta en Instagram: @quenadielosepa.

Pero hubo otro ritual especial. A Inés le encantaban los naipes. Con la ayuda de Klico, un artista gráfico, Jairo diseñó una baraja: cada una de las 52 cartas tenía un mensaje para su esposa, escrita en los primeros 52 días posteriores a su muerte. Los comodines tienen la imagen de Inés.

Ahora, y de nuevo con el tema del fútbol, Jairo quiere poner en marcha otra idea para homenajear a Inés: hacer que el 26 de marzo, el día en que ella falleció, se convierta en el día de los muertos queridos en el fútbol.

“Todo el mundo tiene a alguien con el que compartieron en el estadio y hoy ya no está. Yo veo el significado que tiene para los mexicanos el día de los muertos. Mucha gente me ha comentado la publicación del homenaje a Inés, muchos me preguntan cómo he hecho para volver. Algunos me dicen que no han sido capaces de regresar al estadio. Esto es un ritual, te da valentía, fortaleza”, dijo Dueñas, y concluyó: “Inés siempre fue una mujer así: su enfermedad acabó su cuerpo, pero no su mente, nunca habló mal de su enfermedad, y así era en todos los lugares”.

 

Fuente: El Tiempo